UNA HISTORIA DE GUARROS DE 7 VIDAS (La Veneno)
LA FINCA Y EL PUESTO
Cerca de casa hay una finca cuyas esperas al jabalí compartimos un grupo de amigos. Nos hemos dado unas reglas de convivencia muy pensadas y muy racionales. Cada uno de nosotros puede hacer hasta tres esperas al mes y en la finca solo podrá haber simultáneamente tres escopetas cazando.
La finca es una preciosidad y tiene hechos unos comodísimos puestos en las ramas de las encinas, de forma que de alguna manera se soslaye un poco el riesgo de venteo.
Un buen día del pasado mes de abril, entre semana, decidí acudir a hacer una esperita. Era una noche muy buena, y como ninguno de mis socios se había animado a acompañarme, ese día pude escoger puesto, pues en otro caso habría tenido que sortear.
Por sugerencia de la Propiedad, dado que el viento venía favorable, y el guarro grande que entraba en el puesto de “las colmenas” por ahora seguía por la zona, encaminé mis pasos al referido puesto.
No había estado nunca antes en él. Solo sabía que uno de los socios, al que le había tocado en suerte hacía como 10 días, había tirado una guarra mediana, confundiéndola con el macho, pues según repetía a quien le preguntaba, no sin cierta sorna, “hacía cosas de macareno”.
Cuando llegué me encontré con un puesto que era una auténtica preciosidad, una obra de arte de carpintería. Comodísimo, a unos 3 metros de altura, entre las frondosas ramas de la encina, se encontraba estratégicamente situado un generoso y mullido banco, que te permitía esperar casi sin límite de tiempo. Las posaderas no iban a sufrir mucho esa noche.
EL PRIMER ENCUENTRO
El caso es que me puse y, para mi desgracia, pronto me di cuenta de que se trataba de un puesto de los que yo llamo “autista”, pues el ruido de una carretera cercana hacía imposible oír otra cosa que no fueran los coches circulando.
En cualquier caso la noche era perfecta, pues el poco viento que había me resultaba favorable.
Fue transcurriendo el tiempo, primero los minutos y luego las horas, sin que pudiera ver ni oir nada. La noche era oscura y del ruido ya he comentado antes. Pero me habían dicho que era un guarro tardío y que por favor que tuviera paciencia.
Dieron las 00:30 horas y decidí que ya había esperado suficiente, por lo que poniéndome de pie di el típico barrido de linterna de última hora, por si acaso… y el por si acaso funcionó. Al fondo de la plaza se encontraba un guarro negro bastante grande que parecía no querer saber nada con el comedero. Estaba como a unos 100 metros y se desplazaba con un andarín sin pausa hacia la izquierda, alejándose poco a poco de mi.
Fui siguiendo al guarro en su deambular, con la sensación de que a lo mejor podía haberme oído al levantarme o que quizás le estaba molestando la luz. El caso es que en la primera parada que hizo, a esos 100 metros aproximados de distancia, no me lo pensé dos veces y metiéndolo en la cruz disparé hacia la zona de debajo de la oreja.
Estruendo en la noche y después silencio, con coches pasando… Del guarro ni las raspas. A la mañana siguiente fueron a mirar y ni medio rastro de sangre. No lo entendía, pues estaba bien apuntado, pero la visibilidad por la distancia podía no ser perfecta. Cualquier cosa, pero el caso es que el guarro no aparecía.
El guarro había pasado a engrosar mi particular ejército de fantasmas cinegéticos, convirtiéndose en las noches siguientes en el preferido de todos ellos, apareciéndose por la noche en sueños y desconjonándose de mi en la cara….
EL REENCUENTRO
Pasadas unas fechas, unos diez días aproximadamente, decidimos acudir tres socios a aprovechar la luna de mayo. La luna estaba en creciente, más de media y la noche era perfecta, con una brisa suave que para el que tuviera la fortuna de ir al puesto de “las colmenas” era de dirección favorable.
Sorteamos y, ¡¡sorpresa!!, “las colmenas” cayó en mis manos. La Propiedad me confirmó que el guarro había vuelto a aparecer en las fotos, y que por tanto iba a tener la oportunidad de desquitarme del fallo. Gran alegría.
Me situé nuevamente en el puesto. En esta ocasión la noche era nuevamente perfecta. Mejor si cabe que la anterior. Suave de temperatura, luz de plata, brisa casi en la cara…
Y a las 00:15 horas, el reencuentro.
Esta vez tuvo un comportamiento distinto. Entró en la plaza por derecho. Hizo caso omiso del bidón del maíz mientras se movía compulsivamente a unos 40 metros del puesto. Daba como pequeñas arrancadas, pero todas ellas dentro de la zona del comedero. Con mucho cuidado cogí el rifle y, como siempre hago, intenté quitar el seguro antes de encararlo. El seguro no se quitaba. Se trata de un Blaser, de los que el seguro se quita empujándolo para delante y el rifle queda montado. Una y otra vez intentaba montarlo y mientras tanto el guarro en la plaza. No hacía falta linterna; la luz de la luna era mas que suficiente, pero el rifle no quedaba montado…
Decidí mantener pulsado el seguro hacia delante y simultanear la acción del gatillo, como solución de urgencia.
Apunté con cuidado, puse la cruz en el guarro y….¡¡sorpresa!! no hay gatillo. Como he dicho se trata de un Blaser y es de los que tienen gatillo extraíble con cargador incorporado. Lo había extraído para cargarlo al abandonar el coche y sin duda se había quedado en el maletero.
Si alguien pensó alguna vez en la definición perfecta de desesperación o de impotencia, debió de imaginar una situación como esta. Noche perfecta, guarro que entra y no tengo gatillo…. Seguí un rato observando las evoluciones del guarro, que como digo no hizo nada por el bidón del maíz, y que al rato decidió zambullirse literalmente en la siembra en la que estaba mi encina, pasando a escasos 15 metros de ella. Seguía con sus movimientos espamódicos, carreras cortas y regresos, y así, poco a poco se fue alejando de mi encina, momento que yo aproveché para descender con cuidado, procurando no hacer mucho ruido.
Cuando llegué al coche, abrí el portón de atrás, y allí estaba mi maravilloso gatillo. Me prometí que esto no iba a quedar así.
TERCER ENCUENTRO ABORTADO
Tras contar mi aventura a mis socios, y aguantar estoicamente sus bromas, solicité su venia para poder ir otra vez al mismo puesto a por mi tercera y lo que esperaba definitiva vez.
Todos dieron su ok, pero pusieron fecha de caducidad a la venia: el sábado de esa misma semana. Si no acababa con el guarro antes de esa fecha, el puesto entraría nuevamente en sorteo.
Fijé como fecha para el reencuentro en el martes 9 de mayo. Terminadas mis obligaciones profesionales me encaminé a la cita, pero una terrible llamada que me dio una noticia de un accidente tristísimo sufrido por un buen amigo, me hizo dar la vuelta y cancelar la excursión. El guarro paso no a un segundo sino a un plano de práctica inexistencia.
LA CITA DEFINITIVA
Fijé nueva fecha. El Jueves 11 de mayo. Nuevamente la mecánica de siempre, solo que en este caso el riesgo de inclemencias del tiempo era elevado.
Durante el día consulté varias veces las previsiones, y todas más o menos venían a dar un cierto riesgo de precipitaciones, pero con pocas probabilidades a partir de las 21:00 horas.
Con una noche así no fue extraño que el único loco por el campo aquella noche fuera yo. Mis socios se quedaron todos en su casa muy atentos a mis evoluciones, pero por el móvil y con un whisky en la mano.
Situado en el puesto, con gatillo y balas, y debidamente arropado, me dispuse a esperar. El viento, racheado, no era el mejor, pues de vez en cuando revocaba hacia el comedero, pero yo confiaba en la altura de la encina y en que el guarro a lo mejor no estaba aún por la zona.
A las 22:30 se puso a llover. Viento y lluvia. Noche de perros. La encina me protegía del agua y gracias a Dios la ropa que había llevado, junto a un chubasquero fino que dispuse sobre el rifle, hicieron que permaneciera seco de las gotas que se colaban entre las ramas.
Media hora larga de lluvia, pero tras la tempestad ya se sabe lo que sucede: la calma más absoluta. Desapareció el viento completamente, y la levísima brisa, inapreciable, me refrescaba el rostro.
A los 10 minutos de haber parado la lluvia apareció delante mía, ya pasado el comedero, un guarro negro que se paró a unos 20 metros. Venía andando por el lateral derecho de la plaza, según se mira desde el puesto, y al llegar al borde del camino se había parado mirando la siembra hacia mi encina.
El tiempo de ponerle la cruz encima y el guarro decidir que se metía en el monte, del que no se había separado en ningún momento, fue todo uno. Pero me había dado mi oportunidad, la cruz estaba en el codillo cuando empezó a escurrirse hacia el monte y sin dudarlo apreté el gatillo….¡¡click!! ¿Click? Si, no había habido estruendo, solo un ¡¡click!!. Si la vez anterior había habido impotencia y desesperación, esta vez lo que había era incredulidad.
No era posible. Por un momento pensé en abandonar el puesto. Dejar la caza definitivamente, Dedicarme a cuidar ovejas…, lo que sea menos seguir en un empeño que una mano divina parecía negarme claramente. Ye es que de manera evidente no estaba de Dios que yo matara ese guarro. No había podido haber más señales. Era momento de irse a casa y no volver por ese puesto en el resto de temporada.
Pero se impuso la cordura. Una cordura irracional, porque los signos de que debía abandonar eran evidentes, pero decidí quedarme un poco más. Por lo menos hasta las 00:00 horas.
Tras esperar un tiempo prudencial, con mucho cuidado descerrojé y extraje la bala que había fallado, y con más cuidado si cabe, acerrojé nuevamente introduciendo una nueva bala en la recamara. Algo de ruido hice, inevitable, pero crucé los dedos mientras rezaba para que el guarro estuviera lo suficientemente lejos como para no haberlo oído.
Media hora más tarde apareció de frente hacia mí el guarro, atravesando limpiamente toda la plaza sin parar, camino de la siembra de mi encina. Esto era increíble, pero estaba sucediendo. El puñetero guarro venía dispuesto a cachondearse una vez más de mi y esta vez por derecho y a buen ritmo. Le puse la cruz en la frente y sin pensarlo más disparé: ¡¡Bammmm!! Esta vez si hubo estruendo.
El guarro estaba seco a unos 20 metros de mi puesto.
LA SORPRESA FINAL
Con el fragor de la noche solo tuve tiempo de hacerle unas fotos rápidas y observar que para los 90 kilos que podía pesar, lo movía con dificultad, tenía unos colmillos no muy grandes, aunque podía tener una tabla, pues tenía más de tres dedos fuera (4,5 cms).
Al día siguiente me enviaron una magnífica fotografía en la que la hermosa guarra lucía en todo su esplendor. SÍ, habéis leído bien, se trataba de una guarra enorme con una boca tremenda para su sexo y con un cuerpo impresionante. Y así, de pronto, me sorpredí a mi mismo repitiéndole sin parar a mis socios ante sus bromas: “…pero si hacía cosas de macareno, hacía cosas de macareno…”
Ahora por fin comprendía todas las señales que me había estado enviando la providencia divina para que dejara en paz a “la Veneno”, sobrenombre que recibió la guarra ya para los restos…