Todavía recuerdo, con escalofríos, una de mis primeras monterías en Rosal de la Frontera (Huelva) hace unos treinta y algo de años. Hacíamos una montería y con aquella edad cometía las imprudencias típicas de un principiante que no obstante había aprendido mucho de su padre y de su abuelo. Y que consistían, principalmente, en tirar muy precipitadamente nada más avistaba al macareno en cuestión pues ciervos no había. Después de llevar en la puerta un par de horas, delante de mi, veo moverse algo entre las jaras y a lo lejos, sin mira telescópica, observo un bulto con el color típico de un venado y su altura. Me encaro la escopeta y espero a verlo bien, cuando aparece, tras atravesar las jaras, era un hombre mayor con una mochila de piel de cabra que le cogía media espalda y su cabello blanco por la edad. Se había desorientado y terminó en mi puerta. Mi primera reacción fue un temblor de piernas que todavía lo recuerdo. Avisé a la puerta del al lado y llamaron al postor. Se reconoció a la persona y se denunció a la guardia civil. Solía cazar de retranca cada vez que hacíamos monterías en esa zona.
Hasta hace poco cuando me veía por el pueblo me recordaba ese día medio en broma. Falleció hace unos años a los noventa y pico de años. Pero no por cazar de retranca sino por muerte natural. A mi si que me dio un susto de muerte.