Ayer, volviéndome al coche después de un rececho infructuoso tras los corzos, observo en una tira cultivada de cereal entre el monte, a más de 1 km de donde yo estaba, una corza careando tranquilamente. Como no tenía otra cosa que hacer probé a realizar una aproximación, para ver lo que podía llegar a acercarme y, ya de paso, comprobar si estaba acompañada por un buen macho que cumpliera con mis expectativas.
No había macho, pero conseguí ponerme a unos 20 ó 25 m de ella y estar observándola un buen rato sin que se diera cuenta.
Hay que decir que la situación acompañaba: el terreno mojado permitía moverse sin hacer casi ruido. El aire de cara. La tira de cereal, estrecha y sinuosa, me daba la oportunidad de acercarme sin ser visto hasta los últimos 200 metros. Mi traje de camuflaje digital, el día oscuro y nublado y el pinar al borde del cultivo me facilitaron la aproximación final; eso sí, a paso de tortuga y con numerosas pausas.
Podía haber intentado acercarme aún más, pero eso ya me obligaba a introducirme en el interior del cultivo, abandonado el borde del mismo y la ocultación que me proporcionaba el monte que lo bordeaba.
Me acordé de esta conversación porque logré ponerme a distancia de recurvo y la verdad es que fue muy emocionante. En ese momento comprendí a Titin: cobrar un animal con un recurvo tiene que ser una experiencia inigualable. Desgraciadamente, yo no dispongo del tiempo para poder entrenarlo y es algo que, pese a la experiencia de ayer, no contemplo por el momento.
Finalmente se puso a llover fuerte y la corza, molesta con el agua, se metió en el monte sin haberse dado cuenta de mi presencia.
Me costó un chapuzón, porque la vuelta al coche la hice bajo una lluvia perra, pero mereció la pena.