LOS HADOS DEL MONTE
Esta historia es una pseudo continuación de una anteriormente publicada bajo el título “Una Historia de Guarros de 7 Vidas”.
Se desarrolla en una finca cercana a Madrid.
Hacía unos días, dos o tres semanas a lo más, que había tenido un lance bonito con “la Veneno”, la guarra con más boca y tamaño que he visto en mi vida. El lance se había desarrollado en un puesto al que llamamos “de las Colmenas”.
Volvía a la finca con mucha ilusión, pues me habían dicho que en un puesto, “el de la siembra de la Casa”, estaban entrando dos machos en días alternos, y que por tanto había posibilidades de tener éxito en la espera. El problema de este puesto de “la siembra de la Casa” es que el aire dominante en la zona siempre es de sur y el puesto está orientado al norte. Es decir que es puesto bueno con viento de norte.
Pues bien, como decía, volvía con mucha ilusión porque me habían dicho lo de los machos y además el viento ese día venía de noreste. Condiciones óptimas para el puesto en una noche templada de mayo.
Pero hete aquí que yendo hacia la finca me dan otra noticia. El guarro grande que entraba en “las Colmenas”, donde había cazado hacía unos días a la Veneno estaba entrando otra vez…. Demasiada tentación para mí. Empecé a darle vueltas a la cabeza y unos pocos kilómetros más allá ya había cambiado de destino: iría otra vez al puesto de “las colmenas”.
Iba con tiempo, no demasiado pero bien, por lo que aparqué el coche a suficiente distancia del puesto, cargué el rifle para evitar ruidos metálicos, cogí el resto de los achiperres y me fui dando un paseíto al puesto.
Al llegar subía rápidamente a la banqueta de la encina y desplegué todos los utensilios necesarios para tenerlos a mano. Linternas, botella de agua, cascos, prismáticos, prismáticos nocturnos, anti-mosquitos, etc.., quedaron debidamente desplegados.
A continuación una visual al comedero… Aquí falta algo me dije. Seguí mirando con atención y me di cuenta rápidamente que el bidón de la comida no estaba por ninguna parte.
Bajé aceleradamente del puesto y corrí hacia el comedero para ver si estaba desplazado a un lateral del monte apartado de la vista. Nada de nada. Ni las raspas del bidón y ni un grano en el comedero.
Nueva carrera en pelo a la encina a recoger los achiperres y a deshacer el camino andado para coger el coche e ir a la otra punta de la finca, al puesto de la siembra de la casa, emulando a Carlos Sainz y batiendo todos los records de conducción en tierra.
Llegué al nuevo puesto al borde del colapso. Un poco tarde para mi gusto, pues eran cerca de las nueve de la noche, pero es lo que había. Nueva colocación de achiperres en el puesto y a esperar mientras pensaba en todo lo sucedido.
Silencio en la noche. Pensamientos negativos. Que si lo del bidón ha sido una putada, que si me he puesto muy tarde pues alguna noche en este puesto habían entrado a las 21:30, que vaya mala suerte…. Y seguíamos esperando.
A partir de las 11:30 empecé a escuchar ruiditos. Venían del montarral que tenía delante a la derecha. De vez en cuando un crujido, una piedrecita,… tan imperceptibles que llegas a dudar de si realmente lo has oído o ha sido tu imaginación.
A las 12:15 el ruido por la derecha se hace más claro y al cabo de un ratillo puedo ver un marranazo que se me está colando hacia la encina en la que estoy apostado a través de la siembra mientras va parándose a hozar y a cortar vientos de rato en rato.
Con ese andar despreocupado de los guarros grandes se me coló hasta casi debajo mia. Si nos imaginamos un reloj en el que a las 12 está el comedero, hacia donde yo miraba de manera natural, el guarro estaba hozando y olisqueando entre las 4 y las 5. Imposible girarme sin más y apuntarle para disparar.
Pasaron 10 minutos eternos de tensión, pues el aire venía perfecto para un guarro que estuviera en el comedero, pero eso hacía precisamente que si el guarro se me separaba de la encina por detrás entrara en zona de peligro.
Finalmente me decidí. Esperé a un momento en el que el guarro volvía a hozar con fruicción y me incorporé un poco girándome hacia la derecha. Tenía el guarro a unos 10 metros en un ángulo de 45º. Le apunté con cuidado a la oreja y casi sin darme cuenta – que gatillo tiene el Blaser – estaba el cochino patas arribas.
¡¡Gracias a los hados del monte, que se habían llevado el bidón de las Colmenas, pude cazar un bonito navajero!!